La televisión estatal rusa interrumpió su habitual programación para dar una terrible noticia. La gallina Irina fue secuestrada, aparentemente por nacionalistas estonios. Irina era una gallina campeona perteneciente a la raza orloff, una gallina de tipo rústico, con barba y patillas, de talla mediana, orgullo de la avicultura rusa. Según algunos, era capaz de poner un huevo dentro de otro, al estilo de las matrioshkas.
En la nota aparecían los propietarios de una granja en el noreste de Estonia, padres adoptivos de Irina, quienes comentaban que tras notar su ausencia se dirigieron inmediatamente a las autoridades locales, las cuales no se mostraron muy receptivas a la resolución del caso. Es por ello que decidieron hacer pública su desaparición, para solicitar la ayuda ciudadana en su búsqueda.
Telespectadores no les faltaban, porque uno de cada cuatro ciudadanos estonios es de origen ruso. En las comarcas del noreste, en la frontera con Rusia, llegan a ser mayoría, siendo un 86 por ciento de la población en Narva, la principal ciudad de la región y la tercera más grande de Estonia. Esta población industrial venida a menos queda más cerca de San Petesburgo que de Tallin. Aquí solo un río separa Estonia de Rusia.
La ciudad, al igual que muchas del resto de los países bálticos, fue destruida durante la Segunda Guerra Mundial, y para reconstruirla —o, como creen los estonios, para ocuparla— fue repoblada con decenas de miles de civiles rusos por las antiguas autoridades soviéticas.
Tras el colapso del comunismo en 1991, Estonia recuperó su independencia, y desde entonces ha tenido momentos incómodos con los ciudadanos rusoparlantes que mantienen lazos lingüísticos y culturales con su principal enemiga y colosal vecina: Rusia.
Los rusos en Estonia tienen más éxito económico que los rusos en Rusia. Pero, en comparación con sus conciudadanos estonios, les va peor. Además, muchos de ellos, tienen privado el acceso a la ciudadanía y el derecho al voto, motivo por el cual, Moscú les concedió la ciudadanía a muchos ciudadanos que en Estonia tenían «pasaporte gris», los llamados no ciudadanos.
La vorágine informativa causó un profundo malestar e indignación entre los miles de habitantes de origen ruso desde los países Bálticos hasta el Cáucaso ya que daban a entender que la policía protegía a los delincuentes.
En la rueda de prensa, el portavoz de la policía desmintió que trataran el caso con menosprecio, y afirmó que todos sus recursos —aunque escasos, reconoció— estaban dedicados al esclarecimiento de la desaparición.
La campaña de la prensa rusa cobró un giro político cuando el ministro de Asuntos Exteriores ruso, saltándose todos los protocolos diplomáticos, acusó a las autoridades estonias de encubrir el caso y proteger a los delincuentes.
Esto indignó al gobierno de Tallin, que subrayó su «absoluta confianza» en el trabajo de la Justicia y de las fuerzas de seguridad, y acusó al gobierno de Moscú de utilizar este tipo de noticias para desviar la atención de los graves problemas internos que amenazan la estabilidad de su país, la economía que se desploma y las acusaciones de corrupción. A lo que el ministro de Asuntos Exteriores ruso refutó afirmando: «Esta es una campaña de propaganda típica inspirada y orquestada por la Unión Europea y Estados Unidos para cargar con la responsabilidad de los hechos a Rusia, cuando los responsables en realidad son ellos». «Ellos, ¿quiénes?», preguntó el canciller estonio. Quedaba claro que nada era claro y que la principal victima en este juego de desinformación era la propia verdad.
Mientras tanto, nada se sabía del paradero de Irina. Las noticias se sucedían desde las más variadas fuentes de información: medios de comunicación tradicionales rusoparlantes, los llamados "medios alternativos" financiados presuntamente por el gobierno de Moscú, los denominados Internet trolls o cuentas falsas de personas que publican noticias falsas y ofensivas en las redes sociales (Facebook, Twitter o páginas web fantasma) y tal vez, incluso, desde los propios servicios de inteligencia.
Algunos afirmaban que Irina había huido en un ferry con destino a Finlandia, agobiada por la presión de la alta competición; otros alegaban que era víctima de un grupo veganoterrorista y, por último, otros afirmaban que fue secuestrada por un grupo de nacionalistas estonios para preparar pollo a la Kiev en solidaridad con el pueblo ucraniano que es sometido al asedio ruso. Narva, cosas de la vida, está hermanada hace años con la ciudad ucraniana de Donetsk, situada en el margen del río Kalmius y centro administrativo de la autoproclamada República Popular de Donetsk, un estado federal de Nueva Rusia con limitado reconocimiento internacional.
Otros incluso divulgaban material presuntamente hackeado, como unos correos electrónicos donde Irina manifestaba su temor a que le sucediera algo en un territorio que definía como hostil.
La falta de certezas sobre Irina, la propaganda o la cobertura informativa rusoparlante y las graves acusaciones formuladas por el ministro de relaciones exteriores ruso, encendieron a la población rusa residente en Narva, que organizó una furiosa manifestación ante la sede del ayuntamiento para protestar por lo que llamaron «inacción del gobierno estonio» para esclarecer la tragedia y llevar a la cárcel a los responsables.
Durante la manifestación, una mujer de edad avanzada cogió el micrófono y, exclamó: «Como dijo nuestro señor presidente, las fronteras de Rusia no terminan en ninguna parte». ¿Nuestro presidente? ¿Las fronteras de Rusia? ¿Acaso no estaban en Estonia?
Aplausos, vítores y, de repente, una exclamación colectiva: «Irina, Irina, estamos contigo». «No tiramos huevos porque podrían ser tus hijos».
Al final, la muchedumbre irrumpió en el Ayuntamiento y le dio una paliza al secretario general. La ciudad estaba sublevada. Los pocos habitantes estonios no rusos se habían encerrado en sus casas.
A raíz de los acontecimientos, el presidente ruso manifestó: «Si Estonia no garantiza la seguridad de nuestros compatriotas, no tenemos más remedio que acudir en su ayuda».
Pero, ¿Quién acudiría en su ayuda? ¿Y a quién pretendían ayudar? ¿A Irina o al secretario general de Narva, que era ruso? ¿Acaso Irina era ciudadana rusa? Lo que aparentemente estaba claro es que no era estonia, porque no hablaba estonio, uno de los requisitos para solicitar la ciudadanía de dicho país.
Este canto a la protección de las minorías rusas en el exterior no era nuevo. Ejemplos recientes los encontramos durante la crisis en Georgia del 2008 y mas recientemente en la crisis de Ucrania iniciada en el 2014.
Mientras personas fuertemente equipadas, en uniformes sin identificar, penetraban a lo largo de prácticamente toda la frontera, el ejército estonio, con apenas 6 mil efectivos, sin armas pesadas y sin un brazo aéreo adecuado, tuvo que limitarse a maniobras defensivas. Los 25 mil miembros de la denominada Liga de Defensa Estonia, los kaitseliit, una organización semioficial de voluntarios paramilitares, se concentraba en la estación meteorológica de Longyearbyen, localizada entre Noruega y el Polo Norte, para asistir —teóricamente—a un ejercicio secreto de autodefensa.
El Primer Ministro estonio apeló inmediatamente a la UE y a la OTAN, cuya maquinaria, sin embargo, tomó algún tiempo en ponerse en marcha. Al contrario de la UE y la OTAN, que requieren el acuerdo de sus países miembros, Rusia puede actuar deprisa y sin previo aviso. Además, cuenta con la ventaja de la cercanía geográfica.
Mientras el batallón de la OTAN destacado en Estonia, en el que se integran soldados británicos y franceses, aguardaba instrucciones desde el cuartel general.
Estados Unidos convoco rápidamente al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, donde presentó una resolución de cese al fuego redactada de urgencia. A pesar de las faltas de ortografía, fue aprobada por una amplia mayoría, pero Moscú usó su derecho de veto, subrayando que el hecho de que los civiles armados, uniformados y organizados en una estructura jerárquica hablaran ruso y provinieran de Rusia no significaba que fueran rusos, y mucho menos aún personal militar regular bajo órdenes del gobierno de Moscú. La convicción y elocuencia del representante ruso provocó el cambio de postura del representante británico, lo que le supuso una reprimenda desde Westminster y un varapalo a la diplomacia americana.
Mientras tanto, las tropas rusas o los civiles armados, uniformados y organizados en una férrea estructura jerárquica que hablaban ruso y provenían de Rusia habían llegado ya a las grandes ciudades de Estonia y se preparaban para tomar las instalaciones y edificios gubernamentales clave.
De forma paralela a la sede de las Naciones Unidas en NY, la actividad diplomática en Bruselas, sede de la UE y la OTAN, era frenética. La preocupación era grande. Las plazas hoteleras estaban totalmente cubiertas. El precio de las habitaciones no preocupaba a nadie porque no lo pagaban ellos, sino estos organismos internacionales.
Los representantes estonios apelaban la activación del artículo 42 del Tratado de Lisboa ante la UE y el artículo 5 del Tratado de la Alianza Atlántica, ¿o era al revés? Lo cierto es que nada era automático. Cada país determinaba voluntariamente cómo iba a ayudar.
Grecia manifestó su completo repudio a la situación, pero aseveró que no podía enviar ayuda militar al conflicto porque su arsenal militar se encontraba como garantía de una serie de créditos bancarios.
Eslovaquia, por el contrario, manifestó su total disposición a participar del conflicto. Lo que no llevó tranquilidad al representante estonio.
El representante búlgaro dijo tener problemas con el sistema de traducción simultánea, por lo que no entendía qué era lo que estaba sucediendo.
El representante francés, ante la proximidad de las elecciones en su país, resaltó que eso era consecuencia de la inmigración ilegal.
Letonia y Lituania, los otros dos países bálticos con un pasado en común, acudieron en apoyo de su hermano menor, lo que supuso la extensión del conflicto a los otros países de la región.
Finlandia y Suecia, los otros vecinos de Rusia en la región, próximos, pero no miembros de la OTAN, decidieron mantener su eterna neutralidad hasta ver cómo evolucionaba la situación.
Las miradas recaían sobre el representante americano y una pregunta flotaba en el aire: ¿Estaría dispuesto Estados Unidos a sacrificar Chicago para salvar Tallin?
Cualquier acción de la OTAN se toparía con el escudo defensivo de Kaliningrado, el territorio sobre el Mar Báltico incrustado entre Polonia y Lituania, sin ninguna frontera terrestre con Rusia, que Moscú se anexionó tras la Segunda Guerra Mundial.
La rápida ocupación por parte de tropas rusas del llamado corredor de Suvalkia, una franja de 100 kilómetros que separa a Polonia de Lituania y que va desde Kaliningrado hasta Bielorrusia, donde Rusia tiene bases militares, supuso el aislamiento de los Países Bálticos por tierra. El sistema de misiles antiaéreos S-400 Triunf y la poderosa flota del mar Báltico, aseguraban el bloqueo aéreo y marítimo de la región.
Además, el emplazamiento de los misiles Iskander, con un alcance de hasta 500 kilómetros y con capacidad para llevar ojivas nucleares, le proporcionaba a Moscú no solo capacidad defensiva, sino también ofensiva.
Una vez asegurada Estonia, los esfuerzos rusos se centraron en Letonia y Lituania.
El Consejo de Seguridad volvió a reunirse en sesión de emergencia, pero Rusia volvió a vetar la resolución de alto al fuego. El Consejo de Seguridad es el único organismo que puede otorgar legalidad a una acción militar internacional. El problema fue que uno de los cinco miembros permanentes con poder de veto era una de las partes implicadas en el conflicto. Quedaba claro que cualquier acción militar de la OTAN no estaría bajo el paraguas de las Naciones Unidas, lo que dificultaría la aprobación para el envío de tropas al exterior de muchos de sus países miembros, incluidos aquellos de la UE o la OTAN.
Estados Unidos y la UE amenazaron entonces con aplicar sanciones económicas contra Rusia a menos que cesaran las hostilidades. Lo que efectivamente sucedió una vez que cayeron Letonia y Lituania bajo el control ruso. La política de la zanahoria y el garrote no dio el resultado esperado.
Al mismo tiempo que líderes religiosos exhortaban por mantener la paz y el esclarecimiento de los hechos, los medios de comunicación daban a conocer un informe reservado de la CIA el cual aseguraba que durante todo este tiempo Irina había estado a resguardo del Servicio Federal de Seguridad de la Federación Rusa o FSB, sucesora de la temida KGB, en territorio ruso. ¿Conocían acaso los rusos el paradero de Irina? ¿Era Irina un agente del FSB? ¿Seria Irina su verdadero nombre?
La fiesta de la liberación se concentró en Tallin, donde la ceremonia asemejaba un desfile de Disneyland donde la banda de música presidia un coche descapotable en el que Mickey Mouse y Walt Disney eran suplantados por Irina y el mismísimo Vladimir Putin. De esta manera no quedaba ninguna duda que Irina era un personaje real y no ficticio.
Mientras tanto, Bruselas irradiaba optimismo. Finalmente, tras arduas negociaciones, había sido consensuada una respuesta por parte de los miembros de la OTAN, la cual no tardaría en ponerse en marcha, según afirmó su secretario general.
La UE, por su parte, manifestó de nuevo la importancia de que se desarrollara un proceso político inclusivo «basado en los valores democráticos, el respeto a los derechos humanos y a las minorías y en el cumplimiento de una ley que respondiera a las aspiraciones democráticas de todos los ciudadanos».