Debido al éxito de la primera temporada, los productores de la serie han decidido apostar y arriesgar con la segunda. Para quienes no vieron la primera, les comentamos que la serie está ambientada en un país latinoamericano donde un militar lidera un fallido golpe de estado contra un desgastado sistema bipartidista. Tras pasar dos años en prisión, recapacita y decide acceder a la presidencia del país por la vía democrática. Es así que, a la salida de la cárcel, forma un partido político, se presenta a las elecciones y es nombrado presidente. Cargo en el que es refrendado en tres ocasiones más a lo largo de 14 años, gracias a su carisma, petrodólares y una nueva Constitución por él impulsada, transformándose en el líder indiscutido de la Revolución bolivariana y el socialismo del siglo 21.
Pensada originalmente para atraer a un público de izquierdas, quienes verían en el protagonista un héroe movido por impulsos humanitarios a reparar la desigualdad y la injusticia social (…), que luchó valientemente por la solidaridad latinoamericana y contra el imperialismo americano, la telenovela logró acaparar rápidamente la atención de muchos espectadores de derecha, quienes lo consideraban un gobernante populista hambriento de poder que despreció el estado de derecho y el proceso democrático, empeñado en una carrera catastrófica hacia el control estatal de la economía, la militarización de la política, la destrucción de sus adversarios, el coqueteo con regímenes parias y el anti americanismo.
Aunque muchos la consideraban un remake de éxitos pasados, los autores supieron enlazar exitosamente la historia actual con otras anteriores, tan presentes en la mente del espectador.
El protagonista siente un profundo afecto, confianza y admiración por Fidel Castro, por lo que este se convirtió en su asesor personal, mentor político y guía geoestratégico. Castro alimentó, además, la convicción de que sus muchos enemigos —sobre todo Estados Unidos y las élites locales— querían liquidarlo, y que no podía esperar de sus fuerzas de seguridad la protección que necesitaba. En cambio, los cubanos sí eran confiables.
Es así que, como contrapartida de las ventas de petróleo subvencionado a Cuba, el país recibe de La Habana médicos y enfermeras, entrenadores deportivos, burócratas, agentes del servicio secreto, militares y paramilitares. Hasta los guardaespaldas del presidente son cubanos. Algunas funciones cruciales del Estado son delegadas a funcionarios cubanos o directamente controladas por ellos.
Gracias a unos ingresos petroleros récord, cuando el precio del barril alcanzó los 140 dólares, el país crecía a un promedio del 10 por ciento anual, y el presidente electo se dedicaba a exportar la Revolución bolivariana, influenciando en los países vecinos, estrechando vínculos con Rusia, Bielorrusia e Irán, y transformándose en el gran defensor y sustento de Cuba.
Resulta que, a diferencia de la precedente versión cubana, que se desarrolla en un país pobre y pequeño, este es grande y alberga las principales reservas de petróleo del mundo.
La segunda temporada inicia con cambios importantes en la trama y en los personajes. El líder de la revolución es diagnosticado de una enfermedad incurable. Vestido de azul y acompañado por varios de sus colaboradores más cercanos, nombra por cadena nacional a su sucesor. Así, su vicepresidente y hombre de confianza se transforma en el nuevo líder de la revolución. El nuevo presidente emula al anterior, pero no es él. Ante la falta del carisma que requiere el modelo, porque cada día cuenta con menos recursos para repartir y porque la mayor amenaza no es la oposición, sino miembros dentro del mismo partido de gobierno, lo obligan a profundizar aún más la dependencia de La Habana, ya que los cubanos han perfeccionado las técnicas del Estado policial: la represión constante pero selectiva, la compra de conciencias a través de la extorsión y el soborno, el espionaje y la delación. Pero, sobre todo, el régimen cubano sabe cómo cuidarse de un golpe militar. Esa es la principal amenaza para toda dictadura, y por eso controlar a las fuerzas armadas es un requisito indispensable para cualquier dictador que se respete.
Los cubanos han exportado a Venezuela sus técnicas de control y los efectos son evidentes: los militares que no simpatizan con el régimen han sido neutralizados, mientras que quienes lo apoyan se han enriquecido.
Los militares que han jurado lealtad incondicional al nuevo líder de la revolución controlan la producción y distribución de alimentos básicos —en grave escasez—, las petroleras, una televisora, bancos, una ensambladora de vehículos blindados y constructoras, entre otras industrias.
Mientras, otros miembros de la oligarquía gobernante se han beneficiado del contrabando y narcotráfico estrechando vínculos con carteles colombianos, mexicanos y con la milicia libanesa Hezbollah, lo que otorga un toque de misterio adicional.
Paralelamente a la lucha interna por el poder, la crisis económica y social toma protagonismo.
La caída continua y progresiva de la producción petrolera, debido a la desinversión y corrupción, pone en riesgo el pago de la deuda y el abastecimiento de productos de primera necesidad como alimentos y medicamentos. La caída de su principal fuente de ingresos es un problema, sobre todo en un país con la base industrial arrasada por una larga campaña de controles y expropiaciones, donde ocho de cada 10 productos consumidos en el mercado local son importados. Ni siquiera cualquier ingreso adicional que llegue por el aumento del precio de venta compensa la caída de la producción, lo que aumenta dramatismo a la situación.
Donde la inflación y el escaso valor de los billetes han hecho que hasta los puestos callejeros de perros calientes deban tener puntos de venta electrónicos para que los clientes compren con tarjeta. Hasta el dinero, aunque no valga nada, es escaso.
Este fue el único país del mundo que cerró 2017 con una inflación anual de cuatro cifras, y se espera que en el 2018 lo haga con cinco.
Donde un 87 por ciento de la población vive por debajo de la línea de pobreza y más de 3 millones y medio de personas han decidido emigrar. Incluso, aunque poco original, se habla de balseros que tratan de llegar de cualquier forma a Aruba, Bonaire o Curazao.
En esta nueva temporada, la oposición y la tradicional injerencia americana adquieren un papel secundario.
La Asamblea Nacional, el único de los cinco poderes del Estado que está bajo control de la oposición, es neutralizado cuando el presidente diseña la creación de un nuevo cuerpo legislativo compuesto enteramente por sus partidarios. La nueva entidad, la Asamblea Nacional Constituyente (ANC), en la que no hay ningún representante de la oposición, se forma para reescribir la Constitución, pero, poco tiempo después, sus integrantes se otorgan amplias facultades para redactar y aprobar leyes, permitiendo que el organismo quede por encima de la Asamblea Nacional.
Esto produce el inusual escenario de una nación con dos legislaturas: una con poder absoluto y la otra con ninguno. Ambas utilizan la misma ala del edificio del Capitolio del siglo 19 para sus sesiones plenarias, aunque a diferentes horas del día, para evitar encuentros poco agradables en los pasillos.
Con los principales líderes de la oposición inhabilitados, presos o en el exilio, y, si es necesario, con elecciones amañadas, la reelección parece estar asegurada.
Pero, en este contexto convulso y revolucionario, aparecen nuevos héroes y villanos.
La mayoría de los productos básicos regulados, que no se encuentran en las tiendas ni mercados, los ofrecen hasta 10 veces más caros en puestos callejeros o mediante entrega a domicilio los bachaqueros. Aunque para muchos son un mal necesario, para otros, en la línea del gobierno, son el origen de la escasez. Para combatir este flagelo capitalista, el gobierno crea un sistema paralelo de distribución casa por casa de los productos regulados de primera necesidad. Productos que son adquiridos por intermediarios en el exterior, que son vendidos al Ministerio de Alimentación y distribuidos por los Comités Locales de Abastecimiento y Distribución (CLAP), una organización de base que cuenta con representantes de los Consejos Comunales, además de la Unión Nacional de Mujeres y los llamados Frentes de Batalla Bolívar-Chávez, el ala del PSUV dedicada a las campañas electorales. Para adquirir dichos productos subsidiados, así como para recibir otros beneficios sociales, es necesario ser portador del Carnet de la Patria, una especie de tarjeta de racionamiento cubana del siglo 21, que provee al gobierno de datos privados de su portador. Desde luego, al igual que en Facebook o Google, antes debes consentir el uso de tus datos por parte del proveedor.
Otros defensores de la revolución son los llamados Colectivos, que aparecen en casi cualquier protesta en la que el gobierno perciba que los ciudadanos se pasan de la línea, desde los rutinarios conflictos laborales con sindicatos hasta las manifestaciones de protesta. Se trata de grupos comunitarios de izquierda, armados y avalados por el gobierno. En sus feudos, el control de estos milicianos es total.
Si los colectivos operan de forma paralela a las fuerzas de seguridad del Estado, no sucede lo mismo con la Milicia Nacional Bolivariana, creada por su antecesor como complemento de las fuerzas armadas, moldeada al estilo de las milicias cubanas y con gran presencia de milicianos cubanos, formada por civilesque juran fidelidad a la Revolución bolivariana.
Todos estos protagonistas conviven en un país con un clima convulsionado y revolucionario. El futuro es incierto. Sin lugar a dudas, no dejará indiferente a ningún espectador.