República Popular Democrática de Corea

Aunque Estados Unidos tiene numerosos y diversos parques temáticos —como el primer Disneyland en Anaheim o Sea World en Orlando—, Dinamarca tiene Legoland, Francia tiene el Parque de Asterix en Plailly o Futuroscope en Paris, Japón al Edo Wonderland Nikko Edomura, Corea tiene a Corea del Norte, el mayor parque temático del comunismo hasta la fecha.

Las noticias esporádicas sobre un supuesto dictador excéntrico, un pueblo muerto de hambre o pruebas de misiles en Corea del Norte intentan llamar nuestra atención y despiertan nuestro interés en este centro de atracción. De la campaña publicitaria participan incluso algunas de las primeras figuras de la política internacional.

El parque se encuentra en el norte de la península de Corea. Según el relato oficial, la península fue gobernada por el Imperio coreano hasta que fue conquistada y colonizada por Japón después de la guerra ruso-japonesa de 1905. En 1945 ―justo después de la Segunda Guerra Mundial― fue dividida en dos zonas: el norte, ocupado por la Unión Soviética, y la parte sur, ocupada por los Estados Unidos. En 1948, Corea del Norte rechazó participar en las elecciones celebradas al amparo de las Naciones Unidas, creándose finalmente dos gobiernos independientes en cada una de las zonas ocupadas.

A pesar del nombre, República Popular Democrática de Corea (RPDC), es un verdadero gobierno autoritario y falto de derechos fundamentales, que vive preparado ante un eventual ataque capitalista.

Si uno quiere ir a Corea del Norte, tiene que hacerlo a través de alguna agencia que tenga un acuerdo con el régimen. Estas ofrecen varios paquetes de viajes organizados. Se puede ir en grupo o como viajero independiente.

Existen diferentes itinerarios, aunque todos ellos incluyen guías, traslados y régimen de pensión completa durante toda la estancia.

Una semana en el país puede costar, de media, unos 2 mil euros. A este presupuesto habría que añadir el billete de avión de ida y vuelta Pekín-Pyongyang (únicamente se puede volar desde la capital china), que ronda los 400-500 euros por persona, más lo que le cueste a cada uno llegar hasta Pekín.

Visitarlo por cuenta propia es imposible, a menos que uno sea agente de un gobierno extranjero.

Desde la llegada al país todo está pensando para hacerle sentir al visitante una verdadera experiencia autoritaria y falta de libertades fundamentales.

Lo primero que hicieron fue quitarme el pasaporte, el teléfono y cualquier sistema que pudiera servirme para conectarme con el exterior. Sí que se puede entrar con un ordenador o una tableta. Aunque los hoteles asignados son de cuatro estrellas, no incluyen conexión a Internet. Resulta que en Corea del Norte hay solo Intranet, no Internet. La red es nacional y pocos tienen acceso a ordenadores con conexión. Los empleados afirman no conocer Google, Facebook o YouTube. Tampoco saben lo que es una tarjeta de crédito ni qué ocurre en el resto del planeta. No conocían las pirámides de Egipto ni la Torre Eiffel ni el Taj Mahal. Sus actuaciones lucen muy convincentes.

Con la televisión pasa algo similar. En Corea del Norte hay solo tres canales: dos nacionales y uno para Pyongyang, que tienen bastantes ventajas. Las noticias nacionales suelen ser como las de este periódico «que solo emite loas al gran líder», lo que acentúa la sensación de aislamiento.

Desde su fundación, Corea del Norte ha tenido tres presidentes de la misma familia: Kim Il-sung, Kim Jong-il y Kim Jong-un.

El primer Kim gobernó desde 1948 —cuando los soviéticos salieron del país y se fundó la República Democrática Popular de Corea— hasta su muerte en 1994. Murió a los 82 años de un infarto, a pesar de haber ordenado a sus médicos encontrar un método que le permitiera vivir hasta los 120 años.

Endiosado por la propaganda como el «Sol de Corea», Kim Il-sung nació en 1912, durante la ocupación nipona, y luchó desde el exilio contra los invasores en la guerrilla comunista, donde se ganó el reconocimiento de sus aliados chinos y soviéticos. Kim se sirvió de Stalin para hacerse con la presidencia del Partido Popular de Corea del Norte y, una vez en ella, fue reuniendo un ejército con los miles de soldados coreanos que habían luchado en la guerra civil china. A partir de estas tropas y con la ayuda de una masiva campaña propagandística, erigió una firme base de poder.

Su hijo, Kim Jong-il, que gobernó el país con mano de hierro durante 17 años desde 1994 hasta su muerte en diciembre de 2011, dio un impulso definitivo a los programas de misiles y armas nucleares del país bajo la doctrina Songun, consistente en priorizar el sector militar. Aunque sus años en el poder también estuvieron marcados por la escasez y el colapso del sistema de distribución de alimentos, que causó entre 500 mil y más de 2 millones de muertos por hambre a finales de los 90. Su obsesión por la comida llegaba hasta tal punto que contrató a 200 personas para que inspeccionasen, grano por grano, el arroz que se iba a comer. Tenía miedo a morir envenenado o a que algún grano fuera defectuoso. El cocinero viajaba por todo el mundo en busca de los productos que le exigía su poderoso jefe: salmón noruego; cerveza danesa; pescado japonés y, su favorito, coñac francés, del que tenía una bodega equipada con más de 100 mil botellas y valorada en 700 mil dólares. Incluso, en una ocasión se trasladó a Tokio en su avión privado para poder disfrutar de una hamburguesa en McDonald's, una cadena de comida rápida que no se había podido establecer en Corea del Norte debido a la autarquía imperante en el país.

Pese a su retórica antioccidental, amaba el cine, sobre todo el estadounidense. Tenía una videoteca repleta de películas americanas y era fan de Arnold Schwarzenegger.

La caracterización del actual líder es extraordinaria. Poco se sabe de él. Su edad es todo un misterio y su peinado es considerado el más elegante del país: pelo a lo tazón con las sienes rapadas. Se lo hace él mismo, ya que, según dicen, tiene miedo a los peluqueros por un trauma de la infancia.

Como buen dictador, es famoso porque no le tiembla el pulso a la hora de liquidar a quien suponga un peligro para su régimen. Más de 70 personas —oficiales, funcionarios y artistas— han sido ejecutados desde que Kim llegó al poder tras la muerte de su padre, en 2011. Todos ellos fueron acusados de traición, espionaje o, simplemente, de tener una opinión diferente a la suya. Una de sus víctimas fue su tío y mentor, Jang Song Thaek, culpable para el régimen de corrupción y de malversación de fondos. Algunas publicaciones aseguraban que fue fusilado, otras, que fue lanzado a una jauría de perros hambrientos. Más tarde se habló de la misteriosa muerte de su medio hermano Kim Jong-nam, que supuestamente fue envenenado por dos mujeres en el aeropuerto de Kuala Lumpur, donde iba a tomar un vuelo de regreso a Macao, donde residía en su exilio voluntario.

Pero su excentricidad va más allá. Hizo que se emitiera un programa para buscarle un novio a su hermana. Nada más llegar al poder, fundó la primera banda de chicas K-pop en Corea del Norte, y él mismo escogió a cada una de sus integrantes. A su pasión por la música se suma su afición por el baloncesto.

Sin duda alguna, el grupo de guionistas detrás de escena y el actor que lo interpreta merecen algún premio por esto.

Las imágenes de los líderes están por todas partes. Todos los coreanos deben llevar un pin con sus efigies. Hay varios modelos. En todas las casas y lugares públicos también deben colgar sus retratos.

Aunque el merchandising del régimen está muy difundido, no es fácil hacerse con ello. Es conocida la historia de Otto Warmbier, un estudiante universitario que fue detenido a principios de 2016 por haber tratado de apropiarse de un cartel propagandístico en el hotel donde se alojaba. Tras ser declarado culpable de crímenes contra el Estado y condenado a 15 años de trabajos forzados, Corea del Norte le liberó en estado de coma, y pocas semanas después murió en suelo estadounidense. Las autoridades del parque aseguran que le proporcionaron asistencia médica, pero algo obviamente salió mal.

No es posible salir solo del hotel ni del recorrido pautado. Aunque el turista viaje solo, nunca estará solo, dos agentes secretos reconvertidos en guías turísticos le acompañan las 24 horas del día.

La sensación de control y falta de libertad está muy bien lograda. Además, probablemente, no quieren que veas el backstage del parque, lo que seguramente haría perder la ilusión creada. Nadie sabe al final qué es cierto y qué no.

Nuestros guías nos advierten que en Corea del Norte todos son informantes y nadie se fía de nadie. Al alertarnos de que podía haber micrófonos grabando nuestra conversación, estos se reían y apuntaban que, siendo aquello Corea del Norte, seguro que estarían estropeados.

«Quien abandone los itinerarios permitidos es considerado una amenaza para la seguridad nacional y corre el riesgo cierto de ser víctima del uso de la fuerza», añade nuestro guía.

Pyongyang, la capital, es una ciudad dedicada al espectáculo turístico constante.

Algunas de sus atracciones más importantes incluyen el arco del triunfo más grande del mundo, las estatuas gigantes del eterno presidente Kim Il-sung y su hijo Kim Jong-il, el palacio convertido en mausoleo, donde se exhiben los restos de ambos, o el metro —estilo años 70— con estaciones que hacen referencia a la retórica del partido comunista con nombres tales como Gloria, Redención o Antorcha. Al estar construido a 90 metros de profundidad, sirve también de refugio nuclear. Los trayectos en las escaleras mecánicas son tan largos que a menudo los viajeros se sientan en los escalones a leer.

La mayoría de los grandes hoteles y edificios allí están vacíos, son solo cascarones y apenas tienen luces encendidas después de las seis de la tarde, hora en la que probablemente comience algún desfile militar acompañado de maquetas de misiles balísticos y espaciales, o de civiles con música y bailes típicos, todos ellos bajo la atenta mirada del jefe supremo en la plaza central de la capital norcoreana, la plaza de Kim Il-sung.

Por ejemplo, cuando le pregunto a mi guía por qué no se veían minusválidos en la capital, este responde, bromeando: «Porque todos los norcoreanos nacen fuertes, inteligentes y saludables».

El desarrollo del Ejército y otras partes de las Fuerzas Armadas es la prioridad del gobierno norcoreano. La militarización de la sociedad es impactante. Los militares están en todas partes. La mayoría de veces, de paseo o permiso, sin armas y en formación. El servicio militar de 10 años es obligatorio para la mayoría de los varones, desde los 17 a los 27 años, y desde hace poco también para las mujeres entre los 17 y 20 años, para compensar la escasez de efectivos masculinos.

Las armas, aunque vetustas, ofrecen un auténtico realismo.

Otras atracciones clásicas fuera de Pyongyang son la zona desmilitarizada en la frontera con Corea del Sur en el paralelo 38, promocionado como «el lugar más tenso del mundo», las granjas colectivas modelos o la fábrica modelo, que se supone son un glorioso retrato de la rutina revolucionaria. Por ejemplo, en el caso de la fábrica, fanfarrias reciben a las trabajadoras al llegar, y, en la puerta, una voluntaria les arenga: «Aquí sois las protagonistas de la lucha. Esta mañana de nuevo marcháis hacia el campo de batalla de vuestro destino». Durante todo el día coserán abrigos entre música patriótica y concursos para elegir a la obrera más hacendosa.

La visita cumple con todas nuestras expectativas. Sin dudas, la visita a Corea del Norte será una experiencia inolvidable que hará valorar lo que tenemos en casa.

Si estamos hablando de un parque —temático o no—, hay que hablar de sus atracciones, las cuales no solo son divertidas, bonitas en algún caso y espectaculares en otros, sino también muy bien pensadas en todos los aspectos: creadas como parte de historias que las hacen más interesantes, escenificadas con esmero en todos sus detalles, mantenidas de forma exquisita.

El otro aspecto a resaltar es su personal: infantilizado, despojado de su dignidad y sin capacidad para pensar por sí mismo, en definitiva, implicado en el proyecto de una forma que es poco habitual ver y que, desde luego, para mí ha sido la mayor sorpresa del parque.

Ante la pregunta sobre qué nos puede deparar Corea del Norte en el futuro, nuestro guía responde orgulloso: «Trabajamos continuamente en mejorar las atracciones ya existentes e incorporar otras nuevas. Por ejemplo, y aunque no se vea, estamos trabajando en la mejora de la zona desmilitarizada en el paralelo 38, agregándole la posibilidad de visitar algunas instalaciones subterráneas secretas, como búnkeres y túneles, y para la próxima temporada esperamos poder inaugurar nuevas atracciones, como el viaje en misil y los campos de concentración, donde cientos de miles de personas serán retenidas, torturadas y asesinadas sin que hayan cometido crimen alguno». Y agrega, en tono desafiante: «Corea del Norte no los dejará de sorprender».