Todas las sociedades del mundo tienen corrupción y todas tienen una zona donde lo ilícito se vuelve aparentemente lícito (...), pero el problema en México es que esto ha alcanzado una escala nacional, superando al Estado aparentemente legal y transformándose en un Estado criminal.
El territorio en estos Estados Unidos Mexicanos no está dividido en estados, sino en carteles que luchan entre sí por el control territorial. El capo es su máxima autoridad, y aunque no tiene una dirección postal declarada, todo mensaje llega rápidamente a él, ya sea que esté en una casa con jacuzzi en la ciudad, escondido en la montaña o detenido en una prisión de alta seguridad. Todo capo, además de autoridad y liderazgo, requiere de un sobrenombre que lo represente, ya que muchos son más conocidos por su apodo que por su nombre real.
Mientras algunos son muestra de poder y ascenso dentro de las organizaciones —tal como el que usó Carrillo Fuentes, un hombre que se convirtió en el jefe del cartel de Juárez, apodado «El Señor de los Cielos» debido a la gran flota de aeronaves que utilizaba para transportar la droga, o Nazario Moreno González, «El Más Loco», quien fuera fundador y máximo líder de La Familia Michoacana—, otros provienen de su infancia —como Joaquín «El Chapo» Guzmán, el hombre que hizo del cartel de Sinaloa el más importante del continente, a quien llamaban así debido a su corta estatura, pues mide 1,55 metros y en el occidente de México a estas personas es común que se les diga así.
De algunos poco se sabe, si están vivos o muertos, incluso los hay quienes han muerto dos veces.
Cada vez que cae un capo, aparece otro menos conocido y probablemente más violento, y este, en ocasiones, al no ser reconocido por todos en la organización, provoca su fragmentación en grupos más pequeños, dispuesto a entrar en cualquier actividad ilícita que le reporte ganancias, tales como robos, secuestros, tráfico de personas, etcétera.
No se trata solo de sus herederos de sangre, los llamados narco juniors, sino de sicarios que hicieron carrera en las estructuras de sus organizaciones hasta convertirse en jefes.
En este curioso ambiente donde lo ilícito es la normalidad, el narcocorrido, polémico y provocador género musical norteño que relata, y en ocasiones exalta, las hazañas de los traficantes de drogas transfronterizos, ha ganado espacio en las estaciones que transmiten música popular y aun en las antologías de literatura.
En un país donde el Estado no imparte justicia, no ofrece opciones laborales, no garantiza la seguridad, es el narcotráfico quien cumple estas tareas por sustitución.
En la ley del narcotráfico, su señoría es juez y parte, no hay derecho a la apelación y la condena suele ser la muerte. Su objetivo no es hacer justicia sobre el acusado, sino ajusticiarlo como ejemplo para los demás.
La cifra de ejecutados por sicarios supera muchos días la veintena, algunos con mensajes para los capos rivales y con sello de autor. Es frecuente el hallazgo de cadáveres decapitados, mutilados, encajuelados (metidos en maleteros de coches), embolsados (en bolsas) y encobijados (enrollados en mantas). A veces, los criminales graban sus ejecuciones y envían los vídeos a los medios o los suben a YouTube.
Es que la guerra del narcotráfico ahora no solo se da en el mundo real, sino también en el virtual. Los grandes capos también luchan su propia batalla en internet y en las redes sociales. Su ego y vanidad han sucumbido ante el poderío de la red, como todos nosotros.
Pero, además de los asesinados, están los desaparecidos. Sin embargo, el hallazgo de numerosas fosas comunes a lo largo del territorio pone de manifiesto que no están desvanecidos, sino ocultados.
Lo cierto es que nadie se convierte en sicario por vocación. La gran diferencia de ingresos entre los narcotraficantes y el trabajador promedio asegura el gran número de candidatos a ingresar a la organización conforme se acentúa la crisis económica, política y social.
La posibilidad de contar con recursos ilimitados, vivir las fantasías más extravagantes y transformarse en leyenda es una tentación demasiado grande como para poder resistirla. Donde lo importante no es el currículum, sino la tenacidad y el sentido de lealtad.
Tal es el caso, por ejemplo, de Servando Gómez Martínez, conocido como «La Tuta», quien pasó de maestro a líder de los Caballeros Templarios; o de Nemesio Oseguera Cervantes, conocido como «El Mencho», que pasó de policía municipal de Tomatlán, en el sur de Jalisco, a líder del cartel Jalisco Nueva Generación (CJNG).
Sin embargo, la mayor amenaza no son los grandes capos del narcotráfico o sus sicarios, sino sus secuaces en la legalidad. La gente que sirve de fachada al narco, sus cómplices en el gobierno, la policía, el ejército y los negocios son los que no quieren ser descubiertos y los que se encargan de proteger, desde una sociedad aparentemente institucional, al crimen organizado, ya que se trata de una guerra extraña, donde no hay dos, sino muchos bandos, sin frente ni retaguardia, ya que no se sabe quiénes son propios y quiénes extraños.
Como parte de una política errada o de una teatralización, el gobierno federal escenifica su compromiso en la lucha contra el narcotráfico mediante la exhibición de algunos capos, mientras no se investigan las redes de financiamiento ni se detiene a los cómplices del crimen organizado en el gobierno.
Todo territorio y actividad es buena para el lavado para un negocio que mueve tanto dinero como el petróleo. Llegar al banco con bolsas y sacos repletos de dinero en efectivo y depositarlo en cuentas distintas es algo habitual. Este narco estado tiene superávit comercial.
Y si el gobierno no se investiga a sí mismo, niega el problema o mira para otro lado, ¿quién va a indagar? Los periodistas, quienes socaban este armonioso equilibrio social. Para proteger a los periodistas amenazados se les espía, ya que en México es más peligroso investigar sobre el crimen que cometerlo.
Mientras, la mayoría de la población, o al menos parte de ella, intenta infructuosamente mantenerse al margen; no es consciente de que, probablemente, la solución al problema esté en sus manos.