Partido Popular 3.0

Cuando Aznar decidió retirarse de la vida pública, a propuesta suya y como único candidato al cargo, Rajoy fue proclamado presidente del Partido Popular, más conocido como PP.

A diferencia de otras realidades en las que existe un sistema de nominación que fomenta la competitividad entre aspirantes, en el PP es el líder, cuando decide marcharse, quien designa a su sucesor, el cual es, obviamente, ratificado por el Congreso Nacional para otorgarle legitimidad.

Rajoy se transformaba así en el tercer presidente del partido y, al igual que el primero y su fundador, el fallecido Manuel Fraga Iribarne —destacado político durante el franquismo y la democracia y uno de los padres de la Constitución—, él también es gallego.

En las elecciones de 2004, celebradas tres días después de los atentados terroristas del 11M en Madrid, Rajoy fue derrotado por el candidato del Partido Socialista Obrero Español, entre otras cosas, por acusar a ETA de los atentados, preocupado por la pérdida de votos que podía acarrear un atentando de corte islamista. Es más, ante las manifestaciones espontáneas que se sucedían en diferentes ciudades de España ante las sedes del Partido Popular exigiendo al gobierno de la nación que aclarara quiénes habían cometido la masacre terrorista, Rajoy compareció en televisión para pedir que cesaran las «manifestaciones ilegales», las cuales calificó de «hechos antidemocráticos».

Tras un segundo fracaso en 2008, diversos medios afines pusieron en tela de juicio su continuidad como jefe del partido y de la oposición, sin embargo, durante el Congreso Nacional del PP nuevamente fue ratificado en el cargo.

Mariano Rajoy decidió que fuera Valencia la ciudad donde le volviesen a elegir líder del PP, y lo hizo por dos razones: la primera, para fastidiar a la lideresa del sector crítico, Esperanza Aguirre —presidenta del PP de Madrid—, y la segunda, para premiar al barón que más le ha ayudado desde la derrota electoral, el presidente valenciano Francisco Camps. Una vez más, el único candidato era él.

Su momento llegó cuando Zapatero adelantó las elecciones generales al 20 de noviembre de 2011, a consecuencia de la crisis económica. Tras ganar las elecciones, accedió al gobierno de la nación. Con un gobierno de derecha y con la mayoría absoluta en el Congreso, la gestión exitosa de la crisis estaba asegurada.

A pesar de que prometió que no aumentaría los impuestos, que no habría banco malo en el país para reorganizar a las cajas espoleadas, que reduciría el peso de las administraciones, el déficit público, terminaría con el paro y aseguraría el estado de bienestar, incumplió con todas estas promesas, lastrado por la amenaza del rescate y la quiebra de España.

Alardeó de reformas, pero solo hizo recortes; mientras recortaba en educación y sanidad, el proyecto del tren de alta velocidad entre Galicia y Asturias continuaba adelante, apelando al ingenio para reducir costos. Crearon el primer tren de alta velocidad con vía única en el planeta sin dotarlo con los sistemas más avanzados de seguridad. El sistema empleado, diseñado en los años 70, limita la velocidad máxima a 200 kilómetros por hora, por lo que estos trenes, a pesar de ser capaces de circular a más de 300 kilómetros por hora, deben hacerlo a una velocidad menor, al menos hasta que el sistema más seguro esté disponible, y mientras tanto deberemos rezar para que no se distraiga el conductor, como ocurrió en el accidente del Alvia en Santiago de Compostela en julio de 2013, en el que murieron cerca de 80 personas.

A pesar de ser un partido de derecha, nadie pensó en privatizar parte de las numerosas infraestructuras propiedad del Estado para garantizar servicios básicos, como educación y sanidad.

Subió los impuestos, bajó los salarios y flexibilizó el mercado laboral de acuerdo con las instrucciones recibidas de Europa. El índice de desempleo —que superaba el 27 por ciento de la población, con 6 millones de parados a mediados de 2013— bajó a costa de quienes andaban en pensión y quienes ya no buscaban trabajo.

El Partido Popular se vio salpicado en numerosos casos de corrupción, salpicado o empapado. Esta ha sido la década en la que más corrupción se ha destapado en el PP. Entre los más sonados se cuentan el caso Bankia, Blesa, Bárcenas, Fabra, Gürtel y Lezo, solo por mencionar algunos. Aunque el partido se ha erigido como un paladín en la lucha contra la corrupción, ha dado pocas muestras de colaboración con la justicia, como en el caso Bárcenas, en el que el mismo partido rompió deliberadamente los ordenadores de su sede para eliminar las pruebas. Para quienes no conocen o no recuerdan el caso, Bárcenas era el extesorero del PP, quien llevaba una contabilidad paralela del dinero negro, fruto de donativos ilegales, con el cual, presuntamente, se pagaban sobresueldos no declarados a altos cargos del partido, y, gracias a su actividad empresarial, en su tiempo libre amasó una fortuna de más de 48 millones de euros en Suiza.

Mientras se esclarecía la situación, Rajoy mantenía contacto permanente y directo con Bárcenas, a quien el presidente le pedía paciencia una y otra vez, que lo negase todo; en definitiva, que no tirara la toalla.

Y afirmaba en rueda de prensa: «Todo lo que se refiere a mí y a mis compañeros de partido no es cierto, salvo alguna cosa que han publicado los medios».

Los papeles de Bárcenas eran una derivación del llamado caso Gürtel. Una trama encabezada por un empresario cuyo apellido en alemán da nombre al caso, y que se valía de un conglomerado de negocios con el objetivo de nutrirse de fondos de entidades públicas, en particular de algunos ayuntamientos y comunidades autónomas, como la Comunidad de Madrid, la Valenciana y Galicia, así como para saltarse las prohibiciones legales en materia urbanística y medioambiental que habrían afectado a sus negocios inmobiliarios.

El ridículo que hizo con la Ley Wert para la educación y con la de la reforma de la ley del aborto de Ruiz Gallardón, desastres que se atribuyeron a esos dos personajes, pero que Rajoy autorizó, son algunos ejemplos de las meteduras de pata de estos años. Pero, sin duda, el peor, o tal vez no, fue la cuestión catalana. El presidente catalán comenzó visitando La Moncloa para exigir un pacto fiscal, tal como lo tiene el País Vasco, y acabó con la amenaza de las elecciones plebiscitarias. Se negó estoicamente a negociar, provocando la radicalización del nacionalismo y que el Tribunal Constitucional anulara el Estatuto de Autonomía que los catalanes habían votado cuatro años antes.

Poco antes de asumir el cargo, el Estado español se quedaba sin su mayor amenaza, ETA. La organización armada que pretendía la independencia del País Vasco declaraba el cese definitivo de su lucha armada. ¿Será por esto que nada hizo para desactivar el problema catalán? Yo creo que no, porque para eso hace falta imaginación.

Hacia fines de este primer mandato estalló un fuerte debate interno en el partido, que se trasladó rápidamente al propio seno de gobierno: ¿debía asistir el presidente del partido a la boda gay del vicesecretario sectorial del PP? Algunos ministros han opinado que no sería coherente con el recurso que el PP presentó ante el Tribunal Constitucional contra la ley de Zapatero que permite el matrimonio entre personas del mismo sexo y que Rajoy asumió personalmente.

Para compensar su falta de carisma e interacción con desconocidos está Soraya Sáenz de Santamaría, mujer de confianza de Rajoy, vicepresidenta del gobierno de España, entre otros cargos, y una de las posibles sucesoras.

Ella habla y hasta probablemente piensa por él. Para quienes avalan esta tesis, basta con ver lo acontecido durante el debate televisivo de los principales candidatos a la presidencia de la nación previo a las elecciones generales de 2015, cuando fue ella, y no Mariano Rajoy, quien representó al PP.

Para dichas elecciones sin duda era necesario cambiar la desmejorada imagen del PP. El logotipo del partido formado por las siglas de la formación y la gaviota en blanco sobre un recuadro azul con las esquinas redondeadas y el borde de color gris fue cambiado por el formado por las siglas de la formación coronadas con una gaviota perfilada, conjunto enmarcado por un círculo, todo en color azul.

El PP ganó, pero sin contar con la mayoría absoluta. Algo inédito sucedió en la vida democrática española. Era necesario negociar entre los diferentes partidos políticos para formar gobierno. Meses y meses de negociaciones entre los partidos, sesiones de investidura fallidas, nuevas elecciones y una crisis en el PSOE se sucedieron durante los más de 300 días transcurridos entre las elecciones de diciembre de 2015 y la investidura de Mariano Rajoy. No por mérito propio, sino por la incapacidad de los partidos, fundamentalmente de izquierda, de formar gobierno, a pesar de que echar a Rajoy de La Moncloa era uno de los lemas electorales de todos y cada uno de ellos.

Durante el nuevo mandato hace alarde de la recuperación económica, no por el cambio del contexto global, como dicen muchos, por lo que el resto de Europa y el mundo deberían estarle agradecidos, y todo problema no resuelto aún es achacado a la pesada herencia que recibieron del gobierno anterior, no el del propio Rajoy, sino el de Zapatero. De reformas ya no se habla, por el contrario, se habla del inicio de una nueva burbuja del mercado inmobiliario.

Se evitan temas problemáticos que afectan la calidad de vida de la población, como el sistema de pensiones, que por todos es sabido que es inviable. Debido a que en muchos casos los empleos son de baja calidad, aportan reducidas cotizaciones sociales, por lo que no soportan el aumento del número de personas que cobran pensión. Probablemente porque ellos son populares y esto es muy impopular. Si antes de la crisis ser mileurista era algo penoso, hoy es algo precioso.

Si el plano económico destaca por la creciente y sostenida recuperación, el plano político, sin lugar a dudas, está marcado por el respeto al orden institucional, defensa de la democracia y, sobre todo, una solución definitiva a cualquier disidencia territorial.

Cataluña, a esta altura, estaba pasando del referéndum a la declaración unilateral de independencia cuando llamó la atención del gobierno central el problema catalán.

El ex presidente Mas ya no estaba, así que ahora todas las críticas apuntaban al nuevo president, Puigdemont, como si los independentistas fueran una masa virginal inducida por un líder malvado. Puigdemont no usa gomina y lleva flequillo.

El referéndum había sido declarado ilegal por el Tribunal Constitucional, y un juez ordenó que se impidiera, pero no se logró evitar, Cataluña fue intervenida, los líderes independentistas fueron acusados de secesión —cargo que conlleva hasta 30 años de prisión—, se impusieron nuevas elecciones. Se les permitió a los líderes independentistas presentarse en estas, aunque estuvieran en prisión preventiva o exiliados en el exterior para no ir a prisión, y cuando resultaron electos, se les prohibió asumir el poder a pesar de haber sido votados por la mayoría de la población. La policía y los tribunales españoles se dedicaron entonces a perseguir con entusiasmo a figuras separatistas como si se trataran de un ejército rebelde o la añorada ETA. En dos ocasiones, la policía ha registrado el jet privado de Pep Guardiola, el entrenador español del Manchester City, aparentemente con el temor de que se usara para contrabandear a Puigdemont de regreso al país.

Hasta demócratas como Mario Vargas Llosa hicieron campaña en defensa de la Constitución, y este alentaba a una masa mayoritaria de catalanes tímidos y temerosos de salir de casa para ir a votar.

Mientras se criticaba la propaganda independentista ejercida por los medios de comunicación públicos catalanes, en los españoles presentaban las noticias como «legalistas» vs. «secesionistas», avivando la tensión.

Para reafirmar que en España no hay presos políticos, sino que es una democracia donde existe libertad de expresión, en la pared de la feria ARCO Madrid 2018, donde antes se exponía la obra Presos políticos, del artista Santiago Sierra, ahora se exhibía la obra de un artista alemán, de la mano de la galerista y coleccionista de arte Helga de Alvear, representante de la obra de Sierra, quien no cree que sufra represalias por lo ocurrido.

Un efecto no deseado de la intervención de Cataluña por parte del Estado fue la equiparación de los salarios entre las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado y las policías autonómicas. Sin embargo, es un precio demasiado bajo a pagar por el mantenimiento de la preciada soberanía nacional.

De la corrupción no se habla, pero el espíritu religioso está vivo en las filas del PP. María Dolores de Cospedal, ministra de defensa y otra de las posibles sucesoras, defiende que para Semana Santa la bandera nacional ondee a media asta en todas las unidades e instalaciones militares, en señal de duelo por la muerte de Cristo, porque «forma parte de nuestra cultura». Además, diferentes ministros participaronde las celebraciones de Semana Santa en Málaga junto a La Legión.

Aupado en la recuperación económica y gracias a Cataluña, que suma votos en toda España, excepto en la misma Cataluña, es que Rajoy pensaba en un tercer mandato. Aunque algunos asesores de imagen lo describirían como un surfista que logra mantenerse en la cresta de la ola, lo más apropiado sería decir que flota en el agua, manteniendo el equilibrio sin hacer nada. Ya no hay nadie que dispute su liderazgo en el PP, sino, por el contrario, se disputan su sucesión. La señora Esperanza Aguirre, Grande de España, ex presidenta del PP y de la Comunidad de Madrid, su otrora rival, lleva ya tiempo retirada de la vida pública para evitar riesgos, y parece que así va a seguir. Ahora solo es noticia en los medios por su presunta implicación en el caso Púnica, otra trama de corrupción, como ustedes podrán imaginar. Su sucesora, Cristina Cifuentes, la estrella emergente de la política en España, renuncio a su cargo como Presidenta de la Comunidad de Madrid y del PP madrileño, no por la falsificación de un master universitario, sino por el robo de dos botes de crema cosmética de un supermercado.

¡Olé!