Introducción
Los gobiernos totalitarios clásicos son regímenes en los que una persona concentra todo el poder. Esta persona, frecuentemente llamada tirano o dictador por parte de sus detractores, llega al poder tras un golpe de estado que ha requerido el uso de la fuerza, o bien lo hereda de un dictador anterior que lo obtuvo de esa manera.
En este tipo de gobierno no existe control ni límites a las determinaciones que tome el dictador. No hay división de poderes. La elección del tirano no depende del pueblo. Por lo tanto, él no busca el apoyo de las masas, solo quiere someterlas.
Si el líder autoritario proviene de un muy pequeño grupo de personas –normalmente una familia real– ostentan el cargo de rey y llevan a cabo su gobierno dentro de lo que suele llamarse una monarquía absoluta. Sin embargo, en la mayoría se los casos, cualquier ciudadano puede transformarse en un dictador.
Si el líder —al menos inicialmente— surge de elecciones limpias y competitivas y no por el uso de la fuerza, donde el pueblo, transformado en masa, delega su voluntad en él para que los represente, probablemente estemos ante una democracia delegativa, de las cuales el populismo es una de sus formas de expresión.
Quienes son elegidos creen tener el derecho y la obligación de decidir como mejor les parezca, sujetos sólo al juicio de los votantes en las siguientes elecciones. Como consecuencia, se considera una molestia la «interferencia» de los otros poderes del Estado —legislativo y judicial—, así como los diversos mecanismos de control.
En general, se producen en sociedades desencantadas o derrotadas motivo por el cual sus líderes se transforman en «los salvadores de la patria».
En las democracias representativas es el pueblo, conceptualizado en términos de ciudadanos, quienes votan y eligen, a los futuros gobernantes.
En este tipo de gobierno se mantienen la independencia de poderes y los mecanismos de control. El Poder ejecutivo gobierna, el Poder legislativo sanciona las leyes y el Poder judicial administra justicia.
En algunos casos existen figuras remanentes de un pasado totalitario, que ostentan el cargo de rey dentro de lo que suele llamarse una monarquía parlamentaria, donde «el monarca reina pero no gobierna» y el parlamento designa a quien gobierna mediante procesos de negociación.
Características del líder
El dictador no es malo por definición, pero muchos de ellos comparten unos rasgos de personalidad en común, suelen ser narcisistas, tener un apetito insaciable de poder y ser grandes controladores de los demás. Otros rasgos en común suelen ser la frialdad y el ejercicio despiadado del poder. No tienen sentimientos, emociones o sentido del humor, lo que se evidencia en la pérdida de la capacidad de reírse de sí mismos y sobre todo, en la intolerancia a que los demás se rían de ellos. Con el tiempo se transforma en una persona solitaria, agresiva y cada vez más paranoica.
A pesar de que parezca contradictorio, en muchas ocasiones estos tiranos o dictadores nacen o son apoyado por gobiernos democráticos.
El populista se siente el dueño de la verdad y vocero del pueblo. Manipula, fascina, miente y se perpetúa en el poder gracias a su carisma. Habla con el pueblo de manera constante, sin limitaciones ni intermediarios. Es el líder que da expresión y entidad a la masa, rescatándola del lugar marginal que cumplía en el anterior orden político y poniéndola como eje central del nuevo régimen. La cual festeja y aplaude las gracias del hombre providencial que resolverá, de una buena vez y para siempre, los problemas del pueblo.
El demócrata, por su parte, es una persona impulsada principalmente por el deseo de servir y atender las necesidades de las ciudadanas y ciudadanos, poniendo a disposición de la nación sus capacidades, con el fin de contribuir al desarrollo de esta, y anteponiendo los máximos fines del Estado a cualquier propósito o interés particular.
Contrario a lo que suele pensarse las democracias no están interesadas en promover la democracia. El trabajo fundamental de los líderes democráticos es implementar políticas que beneficien a sus votantes, no a otros países.
Ideología
La meta última del dictador no es realizar grandes cambios en la sociedad, sino únicamente imponer su poder sobre la misma.
El populista es oportunista y puede cambiar la piel de su ideología cuantas veces le convenga. Su objetivo primordial no es transformar profundamente las estructuras y relaciones sociales, económicas y políticas, sino preservar el poder y la hegemonía a través de su popularidad entre las masas, particularmente si estas poseen derecho a voto. Promete cambios, pero solo adopta medidas superficiales para que todo siga igual.
El demócrata implementa, con algunos matices, la ideología del partido del cual forma parte. Su objetivo primordial es transformar el sistema social, económico, político y cultural para acercarse a lo que considera la sociedad ideal. Sin embargo, no es infrecuente que diga una cosa y haga otra.
Estado de derecho
Muy frecuentemente, como una manera de asegurar su poder y ejercer el control totalitario, los dictadores eliminan los derechos de las personas, violando la mayoría de las veces los derechos fundamentales consignados en la abolida Constitución. Pero continúan formando parte de las Naciones Unidas y hasta presiden comisiones vinculadas con la defensa de los derechos humanos.
En los gobiernos populistas se mantienen vigentes ciertas libertades políticas básicas, como las de expresión, reunión, prensa y asociación (aunque en algunos casos amenazadas). Porque mantener la apariencia de una democracia les otorga legitimidad. Sin embargo, el populista adapta la ley a sus necesidades, y, aun así, el estado de derecho es violado sistemáticamente.
En la democracia, el poder se ejerce con absoluta legalidad, normatividad jurídica objetiva, neutral, impersonal y equitativa.
Oposición y relación con los medios
Todo dictador considera que para el éxito de su gestión es fundamental eliminar toda disidencia u oposición. Para ello recurre habitualmente al uso sistemático del terror, por medio de una policía secreta que es bien conocida por todo el mundo. Los opositores y/o disidentes en ocasiones son enviados a campos de concentración con todos los gastos pagados, lo que, habitualmente, no es agradecido por los mismos.
No existen medios críticos al gobierno. Toda dictadura, por definición, supervisa el contenido de los medios de comunicación, así como a sus periodistas y trabajadores. De esta forma los tienen bajo su control y dominio, para intentar persuadir a la población.
El populismo, por el contrario, debe convivir con la oposición. Por este motivo es fundamental deslegitimarla y criminalizarla. Quienes expresan su disconformidad deben someterse a controles, extorsiones y hasta al exilio.
Este tipo de gobierno es genial en la invención de enemigos. Los va cambiando según la ocasión: Iglesia, corporaciones, inmigrantes, medios de comunicación, por ejemplo. Con frecuencia, estos enemigos internos suelen ser presentados como aliados de un país o grupo extranjero.
Existen medios oficialistas y medios críticos. Normalmente, los oficialistas son estatales o están en manos de un empresario afín al gobierno, y son financiados con las pautas publicitarias estatales. Los medios críticos suelen ser considerados agentes del enemigo, en tanto cuestionan al ejecutivo. Un recurso probado para silenciarlo es su intervención.
El demócrata no solo convive, sino que alienta la oposición, a pesar de que en muchas de sus manifestaciones públicas los infravalora o incluso las descalifica. Aparentemente, esto es parte del juego democrático. Existe libertad de prensa y expresión. Las pautas publicitarias del gobierno no son discrecionales.
Sociedad
El dictador procura la paz social, entendiendo como tal la búsqueda de la estabilidad y el statu quo impuesto y promovido por su acción de gobierno.
En los casos de movilización social, esta no se realiza a cambio de una paga, sino de forma gratuita pero forzada.
Los populistas más exitosos son virtuosos del arte de exacerbar las divisiones y el conflicto social. Se nutren del «nosotros contra ellos», o sea, del enemigo de turno. La movilización de los grupos sociales afines a cambio de limosna es permanente para demostrar su fuerza y escuchar las inventivas contra «los malos» de dentro y de fuera.
El demócrata, por el contrario, intenta la búsqueda de consenso y diálogo con todos. Porque todos son importantes, aun a pesar de sus diferentes puntos de vista. Por eso, la participación ciudadana es fundamental. Sin embargo, esta se lleva a cabo de forma gratuita y voluntaria, aunque en muchos países votar es una obligación penada por ley.
Relación religión-Estado
Muchos gobiernos totalitarios apelan a la religión institucionalizada e impuesta por el Estado a la sociedad como un mecanismo para garantizar el poder.
Si la máxima autoridad religiosa coincide con la máxima autoridad política, el país es una teocracia.
Para el populista todo es válido con tal de conservar el poder, incluido el uso de la religión.
En las democracias representativas suele haber separación entre Iglesia y Estado, de manera que el Estado es laico y la religión queda limitada al ámbito particular de cada persona.
Política económica
El dictador no trabaja en beneficio de la población general, sino para el beneficio propio y el de un puñado de personas de quien él depende para seguir teniendo el control. Pero incluso si optara por mejorar el bienestar de los demás, algunos de estos líderes autoritarios lo empeoraron.
Con frecuencia, el país, a consecuencia de sanciones económicas a las que es sometido, sufre el aislamiento internacional. Cabe resaltar que estas no obedecen a la violación de los derechos fundamentales que sufre la población, sino a intereses políticos y/o económicos que afectan a sus intereses.
Aunque la idea de crear un mercado común para países dictatoriales suena atractiva, en la práctica nunca se ha implementado.
El populista reparte la riqueza sin tener en cuenta que, una vez terminada la distribución, volverá la miseria. Ofrece bienestar —o aparente bienestar— hoy sin importarle el mañana. Pero no reparte gratis: la concesión de favores se realiza a cambio de obediencia. Sin embargo, una característica fundamental es que estos favores nunca quedan explicitados formalmente, sino que se basa en acuerdos verbales.
El país se aísla del mundo con medidas proteccionistas que intentan ocultar el descenso del desarrollo y su falta de competitividad, lo que provoca la carencia de algunos productos, así como el costo elevado y una calidad deficiente de los existentes. Al tiempo que el gobierno resalta el valor de la industria nacional, habla de «sustitución de importaciones» y apuesta por el mercado local.
El demócrata busca la creación de riqueza, ya que el resultado de su actuación debe mejorar el bienestar general. Para generar riqueza es necesaria la inversión genuina, reglas de juego claras y competencia. De manera que sus productos no solo se limiten al mercado local, sino al global. Participa en pactos y asociaciones con otros países. Si bien muchos de estos incluyen algún tipo de cláusula democrática, no la ejercen, posiblemente por no saber reconocer a los países con gobiernos autoritarios.
Corrupción
En regímenes autoritarios, carentes de mecanismo de control, donde se confunde lo público con lo privado, la corrupción es la norma y no la excepción.
En los gobiernos populistas se produce una aguda falta de transparencia, recurrente discrecionalidad y multiplicación incalculable de la corrupción, al extremo de conseguir que este pecado se acepte como algo normal. El funcionario corrupto se favorece del blindaje que ofrece la impunidad y goza de la simpatía de la sociedad.
En los gobiernos democráticos, por el contrario, se tiende a la transparencia, y los casos de corrupción, que suelen ser excepcionales, son sancionados legal y socialmente.
Recordemos que, por definición, un buen funcionario público es aquel que vela por los intereses generales y no por los suyos propios.
Duración del mandato
Tanto el dictador como el populista demuestran un gran apego por la función que desempeñan. Mientras el dictador lo hace, por lo general, de forma vitalicia, el populista debe crear los instrumentos necesarios que aseguren su reelección, idealmente de forma perpetua. Para lo cual una excelente solución es la reforma de la Constitución. De un periodo a dos, de dos a tres y de tres a la reelección indefinida.
Una excusa que esgrimen muchos de estos líderes para prolongar sus mandatos es la falta de un lugar tranquilo y seguro donde poder retirarse a disfrutar de su merecida pensión.
El demócrata, por su lado, aunque no de forma rutinaria, se retira de la función pública en un momento determinado.