La cenicienta
Érase una vez un hombre bueno que tuvo la desgracia de quedar viudo al poco tiempo de haberse casado. Años después conoció a una mujer muy mala y arrogante, pero que pese a eso, logró enamorarle.
Ambos se casaron y se fueron a vivir con sus hijas. La mujer tenía dos hijas tan arrogantes como ella, mientras que el hombre tenía una única hija dulce, buena y hermosa como ninguna otra. Desde el principio las dos hermanas y la madrastra hicieron la vida imposible a la muchacha. Le obligaban a llevar viejas y sucias ropas y a hacer todas las tareas de la casa. La pobre se pasaba el día barriendo el suelo, fregando los cacharros y haciendo las camas, y por si esto no fuese poco, hasta cuando descansaba sobre las cenizas de la chimenea se burlaban de ella.
- ¡Cenicienta! ¡Cenicienta! ¡Mírala, otra vez va llena de cenizas!
Pero a pesar de todo ella nunca se quejaba.
Un día cuando estuvo sola rompió a llorar de pena, y fue entonces, cuando apareció su hada madrina:
- ¿Qué ocurre Cenicienta? ¿Por qué lloras de esa manera?
- ¿Quién eres tú?
- Soy tu hada madrina
- Lloro porque soy desdichada
- ¿Y qué esperas para solucionarlo? ¿A que alguien lo resuelva por ti?
- ¿No es eso lo que sucede en los cuentos de hada?
- Eso tal vez sucedía antes, ahora tienes que tomar el futuro en tus manos e intentar ser feliz.
Tras decir estas palabras la hada madrina dio un golpe de varita y se marcho. Fue entonces cuando Cenicienta se replanteo su vida. Busco un trabajo y se fue a vivir sola.
Fue una noche cuando asistió a un baile de disfraces que conoció a su príncipe azul. Se llamaba Robert, era pelirrojo, bastante regordete, llevaba gafas y obviamente llevaba un fajín o cinta alrededor de su uniforme principesco. ¿Dónde sino iba a encontrar a un príncipe azul?
Cenicienta iba disfrazada de princesa con un vestido de medidas especiales que encontró en una tienda a muy buen precio y unos zapatos de plástico transparente de taco alto que asemejaban cristal. Ni siquiera su madrastra y sus dos hijas la reconocieron aquella noche aunque también habían asistido al mismo baile.
Cuando Cenicienta llegó al baile se hizo un enorme silencio. Todos admiraban aquella princesa. A decir verdad, no era fácil que aquella figura pasara desapercibida. El príncipe no tardó en sacarla a bailar y desde el instante mismo en que pudo apreciar su simpatía de cerca, no pudo dejarla de admirar.
A Cenicienta le ocurría lo mismo y estaba tan a gusto que no se dio cuenta de que estaban dando las doce, hora en que pasaba el ultimo autobus. Se levantó y salió corriendo del baile. El príncipe, preocupado, salió corriendo también aunque no pudo alcanzarla. Tan sólo a uno de sus zapatos de cristal, que la joven perdió mientras corría.
Días después llegó a casa de Cenicienta un hombre con aquel zapato de cristal. Aquel hombre sabía que un zapato de aquel tipo talle 47 solo podía ser hecho a medida. Por lo tanto, averiguo donde los hacían y allí le dieron el nombre y dirección de su propietaria. Cenicienta le agradeció haberle devuelto aquel zapato, le ofreció tomar un café y este fue el comienzo de una linda relación.
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La bella durmiente
Érase una vez un rey y una reina que aunque vivían felices en su castillo ansiaban día tras día tener un hijo. Un día, estaba la Reina bañándose en el río cuando una rana que oyó sus plegarias le dijo.
- Mi Reina, muy pronto veréis cumplido vuestro deseo. En menos de un año daréis a luz a una niña.
Todos sabemos que los sapos no hablan pero esta era la versión que le dio la Reina a su marido. Al cabo de nueve meses se cumplió el pronóstico y la Reina dió a luz a una bella princesita. Ella y su marido, el Rey, estaban tan contentos que quisieron celebrar una gran fiesta en honor a su primogénita. A ella acudió todo el Reino, incluidas las hadas, a quien el Rey quiso invitar expresamente para que otorgaran nobles virtudes a su hija. Pero sucedió que las hadas del reino eran trece, y el Rey tenía sólo doce platos de oro, por lo que sin darle mayor importancia solo invito a doce de ellas. Los juegos de plato venían de 12 o 24 y comprar el de 24 resultaba muy costoso por un invitado mas. Hasta la casa real tenia limitaciones presupuestarias en aquel momento.
Al terminar el banquete cada hada regaló un don a la princesita. La primera le otorgó virtud; la segunda, belleza; la tercera, riqueza. Pero cuando ya sólo quedaba la última hada por otorgar su virtud, apareció muy enfadada el hada que no había sido invitada y dijo:
- Cuando la princesa cumpla quince años se pinchará con el huso de una rueca y morirá.
Todos los invitados se quedaron con la boca abierta, asustados, sin saber qué decir o qué hacer. Todavía quedaba un hada, pero no tenía poder suficiente para anular el encantamiento, así que hizo lo que pudo para aplacar la condena:
- No morirá, sino que se quedará dormida hasta que un verdadero amor la despierte.
Tras el incidente, el Rey y la reina se quedaron relativamente tranquilos porque ya nadie hilaba a mano en la actualidad por lo que creyeron que no se cumpliera el encantamiento.
La princesa creció y en ella florecieron todos sus dones. Era hermosa, humilde, inteligente… una princesa de la que todo el que la veía quedaba prendado.
Llegó el día marcado: el décimo quinto cumpleaños de la princesa, y coincidió que el Rey y la Reina estaban fuera de Palacio, por lo que la princesa aprovechó para dar una vuelta por el castillo. Llegó a la torre y se encontró con una vieja que hilaba lino.
- ¿Qué es eso que da vueltas? - dijo la muchacha señalando al huso.
Pero acercó su dedo un poco más y apenas lo rozó el encantamiento surtió efecto.
La Princesa perdió todo interés en sus estudios y solo se preocupaba por su apariencia, salir con sus amigas y lo que pudieran decir sobre ella en las redes sociales.
El Rey y la Reina estaban muy preocupados por la situación, ya que además de ser su hija, era la futura Jefa del Estado, ya que en aquel reino hombres y mujeres eran tratados como iguales.
Durante aquellos años fueron muchos los intrépidos caballeros y plebeyos que creyeron que podrían romper con el encanto, pero se equivocaban.
Un día se topó en la calle con un mendigo. Su nombre era Pilar y era una jubilada que ganaba lo mínimo. No sabía bien cuánto, "porque no tengo estudios", pero le dijo que es "la más pequeña".
Le cuenta que es soltera; que tiene una hija que reside en las afueras, con una hipoteca y un marido desempleado que recién tiene una posibilidad de volver a trabajar. Cuando sonríe, deja ver la ausencia de sus dientes. Vivía en un minúsculo y desvencijado apartamento, que habitaba desde hace más de 40 años, junto a cuatro gatos. Una casa que en su momento pudo pagar toda, a precio de oferta. Esta historia despertó en ella el deseo por ayudar a pobres y necesitados por lo que decidió crear una ONG y poner todo su esfuerzo en esta noble misión.
Con ella poco a poco todas las personas de palacio y también los animales y el reino recuperó su esplendor y alegría.
Sus padres, orgullosos, estaban contentos que finalmente había salido de ese largo letargo y pensaron que sin dudas sería una excelente Jefa de Estado.
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La bella y la bestia
Había una vez un mercader adinerado y viudo que tenía tres hijas. Las tres eran muy hermosas, pero lo era especialmente la más joven, a quien todos llamaban desde pequeña Bella. Además de bonita, era también inteligente y con claras inquietudes musicales y literarias, se pasaba el día tocando el piano y rodeada de libros.
Sucedió que repentinamente el mercader perdió todo cuanto tenía y no le quedó nada más que una humilde casa en el campo. Tuvo que trasladarse allí con sus hijas y les dijo que no les quedaba más remedio que aprender a labrar la tierra. Aunque las hijas enfrentaron a la adversidad con determinación, el padre se negaba a asumir la nueva situación.
- Lamentándote no conseguirás nada, trabajando sí. Podemos ser felices, aunque vivamos sin grandes lujos.
Es así que las tres hijas planearon hacer ahí una granja agrícola-ganadera, donde los animales serian criados en libertad y alimentados con los mejores alimentos disponibles. Aunque no podía clasificarse de orgánica, solo utilizarían fertilizantes naturales. Y si todo andaría bien, organizarían visitas guiadas para inculcar los beneficios de consumir alimentos de calidad y proximidad.
Cierto día, llegó la noticia de que uno de los barcos del mercader había llegado a puerto con mercancías. Al oír la noticia el padre sólo pensó en que podrían recuperar su vida anterior y se marchó a la ciudad. La mayor de sus hijas le pidió una crema de noche, su hija del medio unos chocolates y la menor de ellas, unas sencillas rosas ya que por allí no crecía ninguna.
Pero el mercader apenas pudo recuperar sus mercancías y volvió tan pobre como antes. Los únicos regalos que pudo comprar fueron la crema y los chocolates para sus dos hijas mayores, pero no consiguió las flores para Bella. Cuando no le quedaba mucho para llegar hasta la casa, se desató una tormenta de aire y nieve terrible. Estaba muerto de frío y hambre y los aullidos de los lobos sonaban cada vez más cerca. Entonces, vio una lejana luz que provenía de un lúgubre castillo que se hallaba cerca.
Al llegar al castillo entró dentro y no encontró a nadie. Sin embargo, el fuego estaba encendido y la mesa rebosaba comida. Tenía tanta hambre que no pudo evitar probarla.
Se sintió tan cansado que encontró un aposento y se acostó en la cama. Al día siguiente encontró ropas limpias en su habitación y una taza de chocolate caliente esperándole. El hombre estaba seguro de que el castillo tenía que ser de un hada buena.
A punto estaba de marcharse y al ver las rosas del jardín recordó el pedido que había hecho la menor de sus hijas. Se dispuso a cortarlas cuando sonó un estruendo terrible y apareció ante él una bestia enorme.
- ¿Así es como pagáis mi gratitud?
- ¡Lo siento! Yo sólo pretendía… son para una de mis hijas…
- ¡Basta! Os perdonaré la vida con la condición de que una de vuestras hijas me ofrezca la suya a cambio. Ahora ¡iros!
El hombre llegó a casa exhausto, entregó las rosas a Bella y les contó lo que había sucedido. Las tres hermanas estaban indignadas.
- ¿Que se cree esa Bestia? – dijo una de las hermanas
- Iré yo, dijo con firmeza
- ¿Cómo dices Bella?, preguntó el padre
- He dicho que seré yo quien vuelva al castillo y hable con esa bestia. Por favor padre.
- Iremos las tres, dijo otra de las hermanas
- De ninguna manera te dejaremos sola, dijo la otra hermana
Cuando las tres hermanas llegaron al castillo se asombraron de su esplendor. Las puertas se abrían solas, los candelabros flotaban indicando el camino a seguir, los objetos en su interior parecían tener vida propia. Pero las hermanas no se intimidaron y una vez ante la Bestia una de ellas exclamo:
- Nuestro padre nos contó lo que sucedió
- ¿Crees que es posible comprar una mujer por un puñado de rosas? - dijo otra de las hermanas
- Las mujeres actualmente ya no son posesión de nadie. Estudian, trabajan, tienen su vida y no dependen de ningún hombre para vivir – dijo la menor
Entonces una luz maravillosa iluminó el castillo, sonaron las campanas y estallaron fuegos artificiales. Las tres hermanas se dieron la vuelta hacia la bestia y, ¿dónde estaba? En su lugar había un apuesto príncipe que le sonreía dulcemente.
Al escuchar estas palabras, la Bestia se transformó mágicamente en un bello y apuesto príncipe, que a causa de la maldición de una bruja malvada, había sido transformado en un hombre con una horrible mentalidad machista por la cual ninguna mujer quisiera casarse con él.
Esta historia sirvió de inspiración a Bella para escribir una bella historia que vendió y que un estudio cinematográfico la llevo a la gran pantalla aunque con algunas diferencias. De esta forma se transformó de lectora aficionada a una gran escritora.